mayo 11, 2010

UN DESCANSO EN LA CAVERNA

En la misma red que los sumisos cóndores bajaron a los dos exploradores siguió su camino Penacho, reposando de sus fatigas y sus heridas.

Los geniecillos del agua ya le habían lavado los cuajarones de sangre de todo su cuerpo dolorido. Los geniecillos de la nieve le habían frotado hielo sobre su cabeza para que la fiebre no lo alcanzara. Y cuando llegaron a un lugar donde terminaba un barranco, los geniecillos de las minas y los volcanes lo tomaron con suavidad y, dejándole sólo la cabeza afuera, lo hundieron en un baño de agua caliente, que salía de las entrañas de la tierra.

Era un respiradero de lejanos volcanes, donde el azufre y otros elementos en estado natural prestaban su poder curativo a quines quisieran aprovecharlo.

Este baño termal dejó a Penacho limpio, fuerte y sano, como si jamás hubiera sufrido molestia alguna. Se cerraron sus heridas, se purificó su piel, se tonificó su espíritu.

Y al salir y colocarse de nuevo su traje velludo y tibio, se puso a cantar:

¡El agua, la tierra,
El aire y el sol,
Eso es lo que amo,
Lo que amo yo!

A lo que respondieron los geniecillos alegres:

¡Vivid la vida, vivid cantando
Porque es ensueño, porque es verdad!
¡Somos la nieve, somos el aire,
Somos el fuego y el mineral!

Ahora en anchos círculos volaban allá arriba los cóndores. Eran la guardia de Penacho, la guardia de las Alturas. En su vuelo majestuoso se adivinaba la ansiedad de los grandes pájaros por servir a su señor, quien se había olvidado de las plumas mágicas, pero no así Cataplún, que abriéndose un hoyo en la frente, plantó en él las insignias de su amigo, al tiempo que advertía:

- Oye Penacho, yo sí que tengo un penacho de verdad.

Siguieron caminando. Cuando venía la noche, llegaron a una ancha caverna que parecía de cristal.

Era, además, muy alta, de hermosas perspectivas interiores. Los geniecillos de la nieve se sentían en su casa:

- Adelante, amigos – invitaban.

Desde lo alto, en la entrada, pendían unos carámbanos que a la hora del crepúsculo tomaban distintos colores en fantasmagorías indescriptibles.

Más adentro, las estalagmitas y las estalactitas parecían esculturas caprichosas de un artífice curioso e imaginativo. En las paredes de roca azul, la naturaleza había escrito muchas cosas bellas que sólo los sabios podrían descifrar. Era todo un ambiente de encantamiento y misterio que llenaba de admiración al niño.

En un rincón abrigado un lecho mullido esperaba al chico embajador y aventurero, el cual antes de dormirse sonrió de buenas ganas viendo a Cataplún marchando airoso con sus plumas en la cabeza.

Las sombras de la noche venían avanzando. Penacho dormía ya a pierna suelta. El osito contaba por centésima vez a los geniecillos sus proyectos, cuando un rugido terrible hizo temblar las paredes de la caverna, y acto seguido, dos pumas, macho y hembra, avanzaron amenazadores hacia donde se encontraba el niño durmiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario