mayo 11, 2010

DE VACACIONES

A principios del verano, los padres de nuestro héroe se trasladaron a una linda y pequeña casa que tenían en el fondo del valle del Maipo.

El valle del Maipo es un valle muy bonito que hay cerda de Santiago de Chile. Por el fondo de él corre un río rumoroso y torrentoso; orillando el río hay ferrocarril de montaña y un camino carretero. Junto al ferrocarril y al camino levántanse varios caseríos que en el invierno se recogen bajo la nieve, escuchando cómo silba el viento entre las altas rocas de los picachos cercanos.

El papá de Penacho, que tenía que trabajar para que a éste y su hermanita no les faltara nada, los visitaba sólo dos días por semana. Durante los demás días quedaban los dos niños con la mamá, una empleada doméstica que ayudaba en los quehaceres a la mamá, y un hortelano viejo, de largas barbas blancas, que vivía en aquella casa todo el año como cuidador.

El cerro donde estaba la casa tenía una vertiente propia de agua clara y fresca, con la que el cuidador regaba la huerta y un jardín de rosales trepadores. Más arriba del jardín, en el cerro escueto, los grandes cactos, a los que vulgarmente se les llama quiscos, parecían grandes candelabros verdes que en época del buen tiempo abrían sus flores rojas dando la impresión de llamas vivas y permanentes.

Al hortelano los niños le pedían siempre que les contara cuentos y casos curiosos de aquellas regiones. Y lo querían mucho, porque el buen hombre nunca se negaba a satisfacer su curiosidad. Y les hacía relatos muy bonitos de cosas interesantes a veces, fantásticas otras veces, relatos que los chicos escuchaban con verdadero placer.

Avanzaba el mes de diciembre. Y los niños recordaban que se acercaba la fiesta de Pascua de Navidad, cuando el Niño Dios llega al mundo y el viejo de la leyenda reparte juguetes a todos los chicos que se portan bien.

Un día que hablaron de estas cosas, el hortelano, alzando la mano gravemente, indicó los altos cerros no lejanos, cubiertos aún de nieve en las elevadas cimas, y explicó:

- Detrás de esas montañas el viejo de la Pascua, de la linda Pascua Chilena, trabaja haciendo juguetes. A veces, en las noches de luna, se asoma sobre las cordilleras y mira cómo duermen los niños en las distantes ciudades que tendrá que visitar. El viejo conoce por los sueños de los niños lo que desean, lo que saben y cuáles son los que en verdad quieren a sus padres y hermanitos, porque este afecto es lo que más vale en todos los niños del mundo.

Y mientras Penacho y Titina miraban con asombrados ojos las blancas cumbres, cuya verdad recién conocían, el cuidador desapareció. Los niños, cuando no lo vieron, creyeron que se había alejado para seguir trabajando.

Nada quisieron decirle a la mamá de lo que sabían. Y esa noche, al acostarse, rezaron como siempre.

Pero no podían quedarse dormidos.

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