mayo 11, 2010

EL BOSQUE PETRIFICADO

Aquellas figuras que estuvieron a punto de hacer perecer a Penacho habían llegado hasta aquella lejana gruta – lo supo el niño al día siguiente – persiguiendo un venado. Es decir, el hambre los había empujado tan adentro de la cordillera para llegar a tener el fin conocido.

Cuando el niño se levantó tenía un buen bocado ya listo para ser consumidos, con lo cual se preparaban para seguir en su excursión.

Los geniecillos de las minas lo habían invitado esta vez a conocer algunos de sus dominios.

Y ambos amigos, el niño y el oso, siguiendo las instrucciones de sus guías, se internaron por la gruta, la cual en el fondo no era más que una rasgadura que se hundía en el corazón de la montaña.

Pero este rasgo, que a Cataplún le había parecido insignificante para que él pasara, se abría a medida que los visitantes avanzaban. Entraban así en los dominios secretos de la cordillera.

Unas brillantes vetas aparecieron a sus ojos. Eran de oro. Desaparecían éstas, y se sucedieron unos muros de cobre y otros de plata maciza. Luego piedra roja, oscura y verde, y más allá mármoles y unas capas de piedra blanca y muy dura llamada sílice.

De repente el interior de la montaña cambiaba de aspecto, y ante los ojos curiosos de Penacho y Cataplún apareció un bosque de inmensos árboles de color amarillo pálido.

“Estos árboles no se mueven – pensó el niño – porque aquí no corre viento”

- No – le dijo un geniecillo, traduciendo su pensamiento – estos árboles no se mueven porque se hicieron piedra. Se petrificaron hace muchos miles de años. Sobre ellos hay gruesas capas de tierra que han ido formando la montaña. Esta ha crecido, se ha levantado sobre ellos, que han conservado, a pesar de todo, la misma actitud, las mimas figuras que si estuvieran vivos. Sus troncos, sus hojas, sus venas y sus flores han quedado inmóviles. El hombre a estos bosques petrificados los llama yacimiento de carbonato de calcio, y cuando los encuentra los explota y utiliza en muchas formas.

Penacho se acercó hasta tocar unas ramas, y se convenció de la verdad que le exponía el geniecillo, dándose cuenta, así mismo, de que hay cosas en la naturaleza que parecen fantasía.

Junto a los árboles dormían su sueño de piedra pequeños animales que en otro tiempo habían jugado y vivido entre la poesía de aquel bosque. El niño quiso tocar uno.

Pero un geniecillo le rogó:

- No lo toques. Quizás tus manos le darían la vida. Y la vida ahora ha cambiado tanto para lo que ellos conocieron. Mejor es que sigan ellos, ya sean pájaros o pequeños anfibios o insectos, el destino que Dios les dio. No tratemos nunca de dar otros rumbos a estos designios. ¿Ves? El bosque ya no canta, ya no se mueve, ya no tiene olores ni colores diversos, pero siempre servirá, siempre será útil. Y en eso está la mejor belleza de todas las cosas.

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