mayo 11, 2010

PÁJAROS Y ANIMALES

Se detuvo la carroza con el embajador extraordinario de los niños de Chile junto a un lago azul y un refugio de piedras existentes muy arriba de la montaña.

Allí, mientras unos felicitaban a Penacho por la escapada reciente, los geniecillos de los volcanes preparaban un lindo fuego, y otros eran portadores de huevos, salmón y charqui.

Una sopa olorosa y rica y un solmonete asado sobre las brasas le fueron ofrecidos a nuestro héroe. Un vaso de leche completó el desayuno o el almuerzo de Penacho.

Como ya el sol estaba alto, en realidad nadie se preocupó de saber si esto constituía desayuno o almuerzo; lo único que Penacho supo era que no había necesidad de mirar la hora para tener apetito.

Terminaba de tomar su leche, cuando un susto mayúsculo casi le hace caer el vaso al suelo. Unos animales altos, de grandes y vivos ojos, de orejas pequeñas y patas muy largas, lo miraban con curiosidad.

Pero ya Cataplún se había interpuesto y le explicaba:

- Son guanacos. No les tengas temor. Eran esos animales que desde el camino mirabas tan chiquititos en el fondo del abismo. Han subido curiosa y rápidamente, debido a la fantástica agilidad que tienen. Andan en manadas y son más bien tímidos. Ya los verás.

Y el osito, haciendo un gesto belicoso, lanzó una piedra contra el más cercano.

Fue suficiente. La manada de guanacos huyó a grandes saltos montaña adentro. Ni el viento habría sido capaz de alcanzarlos.

En esto una sombra cruzó el aire.

Al mirar hacia arriba, Penacho vio un enorme pájaro que llevaba un pequeño cordero entre sus garras. Aquí toda la gallardía y sabiduría de Cataplún había desaparecido con él como por encanto. Se había escondido. Pero los geniecillos del aire estaban con el niño explicándole:

- Este es un cóndor, el pájaro de rapiña más astuto y audaz que se conoce. Como lo has podido ver, es capaz de robarse un ternero chico o un corderito. Si un hombre cae en la cordillera perdido o sin fuerzas, el cóndor se le acercará cautelosamente y en cuanto lo conozca desfallecido o muerto, le sacará los ojos y lo despedazará en seguida. Con el Viento Enemigo forman la pareja más temida de toda la cordillera.

En esto otra sombra gigantesca cruzó repentinamente el espacio. Penacho se echó instintivamente hacia atrás para caer en tierra. Todos sus acompañantes gritaron al unísono:

- ¡Cuidado!

Pero ya era tarde. El osito, creyendo que el peligro había pasado, estaba fuera de su escondite marchando tranquilamente hacia el lago. Por eso no se dio cuenta de que un segundo cóndor, en un breve y violento vuelo de picada, se le acercaba.

Sin que nadie lo pudiera evitar, el carnicero lo apresó entre los duros garfios de sus patas.

El niño, lloroso y sorprendido, sólo pudo alzar sus manos hasta el amigo que se alejaba en esa forma de su lado, y se puso a llorar, cuando la voz de Cataplún, en doloroso acento, llegó hasta él:

- ¡Penacho, sálvame!

Luego el cóndor y su presa desaparecieron tras una nube oscura, enviada para el caso por el Viento Enemigo, cuya risa hiriente y vengativa se hacía oír a lo lejos.

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