mayo 11, 2010

EL TERRIBLE COMBATE

Amedrentados, los geniecillos habían huido.

Penacho, despertado de repente, vio entonces lo que valía su amigo el osito.

Se había interpuesto entre él y los pumas hambrientos, cuyos ojos brillaban con ferocidad, y sacándose de la frente las plumas mágicas, las agitó repetidamente en el aire.

Cuando las fieras se disponían a saltar sobre el niño y Cataplún, un ruido que venía de la entrada de la gruta les detuvo un momento, y antes que los pumas lograran ponerse a la defensiva, cuatro cóndores les atacaban a picotazos y hundían sus garras de muerte en sus cuerpos.

Los felinos se defendieron del primer ataque a zarpazos. Y se vertió la primera sangre de los súbditos de Penacho.

Pero éstos redoblaron su acción y un nuevo ataque obligó a los animales a moverse hacia el interior de la gruta.

Fue la perdición para ellos, porque así tenían menos terreno donde moverse y evitar los asaltos de los grandes pájaros.

La leona dio un rugido de rabia al sentirse malherida y fatigada. Y el león, ante esto, redobló su esfuerzo en la pelea, teniendo como resultado que un cóndor cayó abatido, porque la garra retráctil del puma le había alcanzado casi degollándolo.

Al sentirse morir, el cóndor retrocedió, se detuvo frente a Penacho y dobló para siempre su altivo cuello, rindiendo así un tributo a su Amo, por cuya vida él perdía la suya.

El niño se sintió conmovido por esta acción, y sin ocuparse del combate, que seguía encarnizado pocos pasos más allá, se inclinó hacia el cóndor caído y le abrazó sinceramente. Penacho que no se dio cuenta de que otros cien cóndores miraban su acción desde la sombra a la entrada de la gruta.

Uno de los pájaros luchadores fue tomando por los dientes del puma, y una de sus alas se quebró. Sin embargo, continuó pelando.

La leona repartía dentelladas y zarpazos, y trató de huir de su acorralamiento, cuando vio a Penacho que salía a rendir un homenaje al cóndor muerto. Aquel niño representaba al hombre, su enemigo declarado, tenía que ser una presa deliciosa.

Pero nada pudo, porque las garras de un enemigo la tomaron en el aire, y fue transportada a un lugar donde ya no volvió.

El puma quedaba solo. Y la rabia, la ferocidad del felino hecha locura, al ver que no podía saciar su odio en aquel niño, porque unos pájaros se lo impedían, lo encegueció.

Y esto fue su perdición también.

El cóndor herido le arrancó los ojos, y el otro lo levantó como un cordero nuevo, y se lo llevó por vía aérea hacia las sombras de la noche.

El defensor, herido en un ala, fue atendido por el chico y su amigo. Con un pedazo de piel hizo el niño un vendaje, y luego también le abrazó.

Y sólo se dio cuenta el niño que tenía testigos de su acción cuando un coro de voces llenó los ámbitos de la gruta:

- ¡Dios bendiga a nuestro Amo!

Y cien cóndores, batiendo sus alas rítmicamente, emprendieron el vuelo de regreso a sus alturas.


Los geniecillos iban volviendo tímidamente al sitio de los sucesos, donde se paseaba Cataplún como un general victorioso, golpeándose el pecho al mismo tiempo que repetía:

- ¡Qué gran estratega soy yo!

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