mayo 11, 2010

LA FUGA

De pronto, Penacho miró cómo una blanca mano entraba por la ventana y se deslizaba suavemente por el lecho hasta acariciarle la frente.

Era la luna que lo llamaba para decirle un secreto.

No sintió miedo. Se levantó en silencio. Se colocó las zapatillas rojas que su madre la había regalado para levantarse, se puso una pequeña manta de lana, regalo de su padre, y por la misma ventana salió al patio. Titina en su cama había ya cerrado los ojos y afuera el perro guardián tampoco lo sintió salir.

Penacho oyó que la luna le hablaba con palabras tan livianas que apenas oía:

- Por aquí. Sigue el caminito y el repecho…

E impulsado por su curiosidad infantil y el interés de saber otra cosa nueva, el niño tomó el sendero que sube hacia la montaña, de la cual, como desde una caja de sorpresas, sale jubiloso y sonriente todas las mañanas el sol.

El paisaje estaba lleno de luz lunas, una luz blanca, serena, alegra, que inundaba de placer el alma del chico, que subía y subía sin experimentar cansancio.

Dos, tres, cinco horas o más llevaba andando Penacho. Y no sentía hambre, ni frío, ni miedo a la soledad, ni molestia alguna. La luna había rodado por todo el arco del cielo sin dejar de iluminar su paso.

Y Penacho avanzaba hacia el secreto gozoso que se le iba a revelar.

De pronto llegó a una altura desde donde se divisaba un hermoso valle, en cuyo fondo, como en casi todos los valles, brillaba serpenteando el agua de un río.

Penacho miraba atónito el panorama jamás soñado, cuando de repente tras él sintió un profundo suspiro, y se encontró con Cataplún, el osito, que le miraba con su único ojo de vidrio, mientras le comentaba:

- Te seguí, Penacho, porque sé que en estas cosas siempre hay necesidad de un amigo. Y aquí estoy para defenderte.

Diciendo esto Cataplún se golpeaba el pecho como había visto que hacían los valientes en las películas. Pero en vez de gritar, como también hacen los valientes en el cine, le pasó el pito al niño, aconsejándole:

- Toca el pito

Y el niño agradecido, emocionado y contento, se llevó el pito a los labios y tocó.

El silbido, repercutiendo en toda la montaña, formó un eco que fue repitiendo y traduciendo a todas partes lo que aquello quería decir:

- ¡Llegó Penacho! ¡Salid, salid!

Cuando el eco se cansó de dar vueltas por los montes, las hondonadas y sus rincones, de todas partes empezó a salir una verdadera muchedumbre.

Eran unos hombres chiquititos, ágiles y sonrientes. Ninguno era siquiera tan alto como Cataplún.

Mirando cómo se descolgaban por las laderas casi verticales de la montaña, cómo salían de debajo de la nieve y de las piedras, cómo saltaban los espacios. Penacho tuvo cierto temor. Pero el osito, que era un verdadero amigo, le dio valor:

- No temas. Antes que te toquen como enemigos, tendrán que matarme.

Pero los hombrecitos eran alegres, y mientras tomados de la mano bailaban alrededor del niño y su acompañante, se adelantó el más viejo saludando cortésmente:

- Bienvenido, Penacho. Todos nosotros somos los geniecillos de la montaña. Los geniecillos del agua son esos que llevan traje de celofán; los geniecillos de la nieve, los de traje blanco; los geniecillos del aire, los de traje celeste; los geniecillos de las minas, los de traje oscuro, y los de los volcanes, los de traje rojo.

“Todos somos tus servidores – agregó - porque el Viejo de la Pascua nos indicó que vendrías a visitarle. Pero para llegar a él hay que recorrer muchas alturas todavía. Mientras tanto, nosotros te acompañaremos”

“Y a ti también, Cataplún, te vamos a hacer un regalo, porque sabemos que eres un amigo leal y la lealtad debe ser la primera condición en todo ser humano”

El niño estaba sorprendido, mudo de admiración, por eso no sabía contestar. Pero el osito, que rea muy desenvuelto, tomó la palabra:

- Muchas gracias, geniecillos. Mi amigo y yo estamos encantados de conocerles.

Y al momento se organizó una fiesta en honor del niño y su acompañante.

Los geniecillos del agua sacaron unas flautitas de vidrio, y empezaron a tocar. Era música del agua, del río que canta, de las pequeñas olas de los arroyos besando las piedras y las arenas de plata. Todos los otros geniecillos bailaban y cantaban a su vez:

¡Llegó Penacho
Con Cataplún!
¡Viva la vida,
Viva la luz!
¡Bailad, hermanos,
Cantad, cantad!
¡Somos la nieve, somos el aire,
Somos el fuego y el mineral!

Luego callaron. Y mientras los geniecillos del aire jugaban al pillarse con los rayos de la luna redonda, los músicos escondieron sus flautines, y todos levantaron en seguida unas pequeñas y elegantes copas de nieve. Uno de ellos brindó:

- Hermanos de la montaña, alcemos nuestras copas por el éxito del viaje del amigo Penacho, embajador extraordinario de todos los niños de Chile en nuestro país de leyenda.

Y Penacho bebió también con avidez, pues entonces de dio cuenta de que tenía sed. El viaje lo había fatigado un poco.

De nuevo el osito respondió por el amigo:

- Gracias, muchas gracias. Los niños de Chile van a saber un día todo lo hermoso y lo grande que se esconde en la cordillera andina, que s la patria de ustedes.

El niño decía que sí, inclinando la cabeza, pero en su rostro se notaba cierta angustia, visto lo cual el osito le preguntó:

- ¿Qué te pase?

Y Penacho respondió:

- Es inútil que te lo diga. Como tú eres de felpa no me vas a entender.

Cataplún se sintió ofendido y replicó:

- ¡Qué poca confianza tienes en tu amigo!

Entonces Penacho confesó:

- Tengo frío…

En un abrir y cerrar de ojos los geniecillos del aire fueron y volvieron. Al volver, traían ya hecho un traje de piel a medida. En un dos por tres le sacaron al chico el pijama de delgada tela que cubría su cuerpo. Finas pieles blancas envolvían ahora a Penacho. Pieles de venado y vicuña, animales cordilleranos que no temen al frío de las alturas.

- La manta de todas maneras la voy a llevar – dijo el niño sonriendo – Es un regalo de papá y no puedo menospreciarlo

Todos los geniecillos aplaudieron. Y en seguida, formando su escolta y su retaguardia, invitaron al niño y al osito a seguirles. Adelante los geniecillos de las minas tocaban instrumentos de cobre y oro, mientras uno perifoneaba hacia todos los ámbitos de la montaña desde un micrófono invisible:

- ¡Paso al representante de los niños de Chile!

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